Julio Hernández (La Jornada)
Entrando por la puerta delantera, sin tretas militares para instalarle de sorpresa en la tribuna, ajeno a griterío, interpelaciones y ofensas, amo y señor del escenario, Felipe Calderón rindió ayer un sentido informe de gobierno ante legisladores que le recibieron con varios minutos de aplausos y luego le repitieron en notables ocasiones esas reconfortantes dosis de apoyo sonoro, coronadas algunas con significativas puestas de pie que impactaron sobre todo a cierto segmento de periodistas mexicanos que no alcanzaban a dejar de mostrarse, ante cámaras y micrófonos, vivamente impresionados por las insólitas muestras de aprecio y respaldo que una parte de los congresistas daba al así engrandecido visitante.
Calderón pudo entrar al fin a una sesión formal de un congreso, pero no al de su patria, sino al de la vecina nación donde se le dio recepción y trato excepcionalmente buenos pero absolutamente ninguna ganancia política o diplomática, a no ser las antes citadas ovaciones similares a las que un agradecido consejo de administración podría tributar a un gerente bien portado, cuyas acciones y comportamiento merecieran palmadas en la espalda para que la empresa siguiera teniendo ganancias y privilegios por medio de su nativa plantilla de empleados (la ruta de las cesiones y concesiones calderónicas parece bien marcada por el agradecimiento compensatorio que le han expresado, tanto en la España volcada en la reconquista de México, esta vez por la vía económica, como en el imperial Washington, donde ayer quedaron claramente expresados los ánimos felipistas de anexar sin grandes objeciones a México al proyecto de desarrollo subcontinental norteamericano que Estados Unidos ha diseñado).
Emocionado visitante mexicano que pintó a los estadunidenses tal maravilla de recuperación y desarrollo económicos en el patio trasero, que pudo haber provocado una tragedia si quienes le escuchaban hubieran decidido cambiar de residencia inmediatamente al paraíso vecino. Jefe del caos y el hundimiento que sin embargo decía ayer en el Capitolio: Así como estamos promoviendo el progreso económico, también estamos mejorando la calidad de vida de todos los mexicanos, bajo el principio de igualdad de oportunidades para todos
. De tan explicable manera, que hay quienes ni salir del país quieren, innecesario ya el recurso de la espalda mojada: Al mejorar las oportunidades para todos, le estamos dando a la gente una razón menos para abandonar México
. Y enseguida asentó la tesis de que todo lo que de mejoría él está haciendo en el pueblo mexicano para bien de los gringos es: Como pueden ver, México es un país en transformación. Esto nos está haciendo un socio estratégico para la prosperidad futura de los estadunidenses
(aplausos, ovaciones, legisladores puestos de pie: ¡Brravou!).
Así fue como Calderón tuvo, al fin, un día personalmente bienaventurado (al final de su alocución se despidió de mano de cuantos pudo y se mostró tan feliz como pocas veces o nunca se le ve en el terruño que le toca administrar: ¡God bless America! ¡Viva México!, cerró, en lo que posiblemente sea un adelanto de agregados en inglés a la letanía tradicional del 15 de septiembre). Pero nada consiguió, más que un engaño clamoroso, un dulce escenográfico en la boca normalmente amarga a cuenta de los golpes dados y por venir. Obama, el publirrelacionista especializado en montar espectáculos amables mientras los operadores de la política real cumplen crudamente sus libretos (recuérdese el caso Honduras, sólo por dar un ejemplo), le dijo claramente al emocionado Felipe que le faltan 60 votos en el Senado para sacar adelante una reforma migratoria, y los líderes republicanos del poder legislativo estadunidense escucharon al vehemente Calderón y le permitieron sus minutos de gloria pero están absolutamente en contra de restringir la venta de armas en su país (pues creen que es tramposo el pretender atribuir a ese tráfico de instrumentos bélicos la descomposición mexicana) y en favor de la ley Arizona, contra la cual le fue permitido al compareciente mexicano desahogar sus necesidades propagandísticas de mostrarse severamente opuesto a esa reglamentación discriminatoria.
De vuelta a la realidad nacional, el jefe Lipe deberá atender en detalle el caso del contrincante desaparecido. Ayer quedó mostrado provisionalmente que no son ánimos de promoción electoral los que predominan en el extraño caso del secuestro de Diego Fernández de Cevallos, pues fueron retirados, a unas horas de haberse montado en Querétaro, anuncios espectaculares que parecían arranque de campaña presidencial del desaparecido. Ya se verá si, entonces, más que promover una carta blanquiazulalterna, lo que provocará la desaparición del peleonero abogado es también su inhibición futurista.
Salvados ya los compromisos internacionales a los que habría afeado cualquier desenlace adverso del caso DFC, es de suponerse que ahora se entrará a una fase más activa de indagación y resolución. Por lo pronto, el ambiente ha sido enrarecido por la agresión con arma de fuego que recibió el emblemático héroe de la guerra sucia,el general en retiro Mario Arturo Acosta Chaparro, a quien durante seis años se mantuvo en prisión no por los muchos crímenes cometidos en los años 60 contra guerrilleros y familiares de estos, sobre todo en el estado de Guerrero, sino por la presunta protección que habría dado al cártel de Juárez, específicamente a Amado Carrillo Fuentes, personaje éste a cuya muerte se conocieron detalles como la representación legal que Fernández de Cevallos y su bufete divino ejercían en ciertos rubros: la clínica en que Carrillo fue funestamente sometido a una operación de cirugía estética, la casa funeraria donde se veló al capo aéreo, y en negocios del Grupo Financiero Anáhuac.
Y, mientras se oficializa la tesis del colchón asesino y se propone la beatificación de Bazbaz y Peña Peña, ¡Feliz fin de semana!
Fax: 5605-2099 •juliohdz@jornada.com.mx
No hay comentarios:
Publicar un comentario