Pedro Echeverría
1. Hoy se publicó que un grupo armado asesinó a la madre, una hermana, un hermano y una tía de Melquisedet Angulo Córdova, elemento de la Secretaría de Marina (Semar) que el miércoles anterior participó y murió en el operativo en que fue ultimado el narcotraficante Arturo Beltrán Leyva, en Cuernavaca, Morelos. La familia del militar vivía en el estado de Tabasco y fue en su casa donde fue acribillada su familia. De manera inmediata vino el desplante de los políticos del PAN y del PRI condenando el hecho y –como si se hubieran iniciado formalmente las campañas presidenciales- se han hecho declaraciones al por mayor como si cada políticos o partido esté vendiendo su imagen. Lo grave del hecho es que la muerte de la familia tabasqueña no es la primera ni será la última. Debe observarse que pronto llegarán a 20 mil las víctimas de esta guerra.
2. Y parecería que 20 mil seres humanos muertos es poca cosa comparada con los muertos en la Segunda Guerra Mundial, en Vietnam, Palestina, Afganistán o Irak. Se olvida que la mayoría de ellos eran seres humanos inocentes que no pertenecía a bando alguno en guerra, es decir, ni era narcotraficante y tampoco miembro de alguna fuerza armada. Eran simplemente indígenas, campesinos, trabajadores, que se encontraron en medio de fuegos o que simplemente fueron confundidos. Allí quedaron sus miserables familias llorando y sufriendo la falta de los pocos ingresos que aportaba su familiar asesinado. Pero el gobierno repite, como si estuviera en campaña política, que el gobierno no dará ni un paso atrás porque “tiene que cuidar la democracia y la libertad que vivimos los mexicanos”. Parecería que el combate al narco se ha convertido en grito de campaña.
3. Los políticos y gobernantes mexicanos –como suele suceder- ni tardos ni perezosos aprovechan la radio y la televisión para condenar a los “delincuentes” aunque ellos mismos estén implicados en ese tipo de crímenes. En lugar que estas experiencias criminales, que cada día se hacen manifiestas en todo el país, sirvan para analizar la complicación de los problemas de la violencia, las causas que las están produciendo y buscar propuestas rápidas de solución, los políticos salen a condenarlos olímpicamente como si ellos no tuvieran alguna culpa; incluso retan a jefes y escoltas para ver quien gana la guerra. Ya Calderón lo dijo hace tres años (así que nadie debe reclamar) cuando ordenó al ejército y a la policía salir a las calles para acabar con los narcos: “tendrán que perderse muchas vidas, tendrán que morir o sacrificarse muchos en bien de nuestra patria”.
4. El caso es que el “avispero” de los narcotraficantes –irresponsablemente- sigue siendo sacudido y retado con las “valientes” declaraciones de los más altos funcionarios. Gritan a los cuatro vientos y con el puño cerrado: “no daremos ni un paso atrás”, “vengan por nosotros, aquí los esperamos”, “estamos preparados para acabar con la delincuencia”, “no nos retiraremos del campo de batalla”, etcétera. Cuando el presidente ilegítimo Felipe Calderón y el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont declaran con gran “gallardía” que están dispuestos a todo –no se si hasta “morir por la patria”- me los imagino caminando a la cabeza del ejército y arriesgando el pellejo junto con soldados y policías como al parecer lo hacen los principales jefes de los narcotraficantes que, muchos de ellos, mueren en acción. ¿O hacen lo mismo que los generales?
5. Por experiencia se sabe que a la casa presidencial de Los Pinos y a las oficinas de la secretaría de Gobernación no se puede acceder sin autorización. “Los Pinos” está permanentemente acordonado a por lo menos 300 metros a la redonda por unos mil militares. Por su parte la gran casona de Bucareli casi siempre está rodeada por una barda de rejas de hierro de cuatro metros de altura y por lo menos 500 militares con grandes cantidades de gases lacrimógenos, caballos y perros. ¿Y los hogares privados de los altos funcionarios? Éstos viven en zonas reservadas con vigilancia extrema que ningún asaltante se atrevería si quiera pensar en tener algún acceso. Con esa militarización respaldada por cientos de guardaespaldas, guaruras o policías privados, los funcionarios pueden seguir retando a los narcotraficantes sabiendo que nadie les podrá tocar un pelo.
6. Calderón sabe que si retira de las calles al ejército su gobierno podría estar en peligro de caer de un plumazo. Al iniciar su gobierno hace tres años, como una prueba de fuerza ante las amenazas del lópezobradorismo que en diciembre de 2006 llenaba las calles de la ciudad de México protestando contra el fraude electoral, puso al ejército en las calles “para combatir el narcotráfico”. A partir de aquellos días Calderón fortaleció su discurso y logró que los gobiernos del mundo lo reconocieran; pero lo más importante fue que el presidente de los EEUU, George Bush, le aseguró su total apoyo. Logró que Bush le tuviera confianza absoluta y firmar con el la llamada Iniciativa Mérida que –como el Plan Colombia- le garantizara armas, helicópteros, asesoría militar, oficinas de coordinación y mucho dinero. El ejército en las calles le dio mucha presencia a Calderón.
7. La situación en el país se agrava por problemas económicos como el desempleo, los salarios miserables y la represión. Al parecer Calderón continuará con el ejército en las calles y manejando el mismo discurso fuerte y de reto; pero también continuarán los asesinatos y las muertes de personas inocentes en todo el país. Es una guerra declarada entre dos bandos armados hasta los dientes con un pueblo que cuando ve llegar a sus pueblos a cientos de camiones del ejército, busca huir de las seguras confrontaciones. A pesar de que Calderón con su política militar ha logrado intimidar a los sectores mayoritarios, no ha podido sacar al país de sus enormes problemas. Así que no se vale que los generales y gobernantes, bien blindados en sus hogares y oficinas, sigan haciendo una guerra en la decenas de miles de mexicanos inocentes mueran cuidando el poder de los ricos.
pedroe@cablered.net.mx
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