Julio Hernández (La Jornada)
Los ánimos reformistas de Felipe Calderón constituyen un pálido intento de reacción frente a una realidad política adversa que cada día se le escapa más de las manos. El panista michoacano va consolidándose como un olímpico especialista en proponer lo que no puede cumplir o lo que acabará siendo reformulado por otras fuerzas, las que realmente deciden. Ayer dio un depurado ejemplo de esa vocación por lo fallido, al presentar muy de mañana una suerte de decálogo de intenciones de remozamiento político que unas horas después eran menospreciadas por los principales personajes del entramado legislativo al que FC no había concertado o comprometido (al mejor estilo del desbocado Fox, quien solía anunciar prematuramente lo que así echaba a perder por falta de amarres).
De entre los suspiros felipistas destaca el homenaje encendido al espíritu revolucionario a unos días de que comience el año de su centenario: Sí relección, ha planteado el neoporfirista que navegará tres años más en su Ipiranga dosificado. Hasta 12 años consecutivos podrían quedarse en sus cargos los legisladores y una vertiente del Poder Ejecutivo, la de los presidentes municipales que serían una especie de avanzadilla de ensueños de conservación del poder que podrían alcanzar niveles superiores. Los gobernadores y, desde luego, el ocupante actual de Los Pinos, podrían analizar con cuidado el desenvolvimiento de las exploraciones releccionistas, por si llegado el momento algo sobre el tema se antoja. Queda claro que la idea es consolidar y dar continuidad caciquil a una clase política largamente acusada de corrupta e ineficaz pero a la que ahora se amplían sus posibilidades de permanencia en el poder, gracias a los malabarismos intelectuales de la rendición de cuentas
y el castigo
o premio
cívico a los políticos de este México súbitamente convertido en paraíso de la democracia.
El resto de la cartilla reformista calderónica pretende acotar espacios del Poder Legislativo e incluso aguijonear su ritmo de trabajo, imponiendo las iniciativas preferentes mediante las cuales los dominantes de las cámaras podrían aprobar iniciativas polémicas de Felipe mediante la artimaña de crear y fomentar condiciones de protesta que impidan dictaminar esas propuestas. Así serían aprobadas por omisión, sin costo político explícito para los aliados.
El paquete de modificaciones deseadas por FC lleva accesorios llamativos. En especial las candidaturas ciudadanas que mueven a simplón entusiasmo a quienes creen que con ellas se pueden resolver los problemas estructurales políticos. Ya estarán, por ejemplo, el Doctor Simi y sus clones estatales listos para asaltar el poder genéricamente, o los narcoindependientes. En este punto, como en el de la relección, lo que se deja de lado es el origen que impulsa a pretender reformas. Todo este rediseño tiene como referente el fraude electoral de 2006 y pretende, a juicio de este tecleador, crear ilusiones ópticas y procesales que permitan renovadas tretas de adulteración en 2012. Por ello es que la reforma
pretende ser aprobada por los mismos beneficiarios de ese fraude, tanto el calderonismo que elude el punto clave que es la revocación de mandato, como el priísmo senatorial que ha hecho rehén al políticamente empobrecido Felipe al grado de hacerle aparecer como torpe e insuficiente plagiario de la doctrina de las ocho erres que desde mucho atrás ha propuesto Manlio Fabio Beltrones.
El debate sobre estos puntos ayuda también al felipismo a encaminar la atención pública hacia zonas distantes de la desgracia cotidiana. Centrar la discusión en el número de integrantes de las cámaras o en el porcentaje mínimo para crear nuevos partidos, hace que parezcan menos vivos los temas de la crisis económica y la inflación en puerta, del negocio de la fibra óptica y el sabadazo contra el SME, de la perversión de espacios públicos importantes como, ayer, con la Auditoría Superior de la Federación que fue entregada al priísmo-salinismo para que solape amigos y chantajee a adversarios. El ruido reformista se da mientras Carstens es confirmado como secretario de gabinete a cargo del Banco de México y mientras estallan granadas en Morelia, una de ellas a 200 metros de la residencia oficial que habita Leonel Godoy. Reforma, que ¿algo queda?
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