lunes, 14 de diciembre de 2009

División, odio, violencia

Julio Hernández (La Jornada)

En México hay división y odio inyectados intencionalmente. La operación la comenzó un español, Antonio Solá, especializado en campañas políticas negativas (a quien, en premio por favores recibidos, naturalizaron al vapor como mexicano para que pudiera seguir, como lo hace, encabezando campañas electorales de esa derecha en diferentes entidades del país). Desde que ese propagandista, llegado de las filas del Partido Popular, fue gubernamentalmente autorizado para sembrar las semillas de la división y el encono, la convivencia de los mexicanos ha sido muy difícil, más en el insulto y la descalificación mutuas que en el análisis y el trazo sereno del futuro. Nació de las alturas y su frase cumbre fue el miedo extremo producido por la advertencia de que un competidor electoral era un peligro para México, pero a esa política oficial de exclusión y enfrentamiento, autorizada y patrocinada por Fox (pero también por Calderón, entonces como ahora dependiente de los factores reales de poder), correspondió de manera natural la contraofensiva centrada en la persona de quien desde entonces quedó clasificado como usurpador, pelele e ilegítimo.

Dos bandos, dos concepciones, dos países. Con el agravante de que los mecanismos institucionales de resolución de los conflictos públicos, y de difusión periódica de ideas, posturas y actos de los factores políticos y partidistas, fueron igualmente convertidos en instrumentos facciosos que han colaborado en el proyecto de exterminio público de los adversarios de ese oficialismo fraudulentamente triunfante. Los presuntos triunfadores de unos comicios cerradísimos, aun en sus impugnados escrutinios oficiales, desplegaron una feroz campaña de difamación, marginación e incluso criminalización de todo lo que fuese opositor. Los derrotados a la mala encontraron, entre otros recursos de lucha, el desahogo de su enojo cívico mediante la etiquetación altamente negativa del antagonista, que por sí mismo colabora extraordinariamente a la caricaturización y la maledicencia.

Con esos antecedentes, lo sucedido ayer en Milán debería llamar a reflexión. El ministro de defensa de Italia, Ignazio La Russa, dijo ayer mismo: Cuando se hacen manifestaciones no contra un partido, sino contra una persona, y se incita al odio, éste es el resultado (...) Estamos al borde del abismo (...) cuando se permite que se odie y se criminalice a una persona; pasar de las palabras a los hechos supone un paso muy corto. Y el presidente de la República, Giorgio Napolitano, llamó a que cada conflicto político e institucional encuentre respuesta dentro de los límites de la responsabilidad para prevenir todo impulso en esta espiral de violencia.

Palabras aplicables en muchos sentidos a lo que sucede en México, donde se ha desarrollado a plena conciencia una estrategia de envenenamiento público contra Andrés Manuel López Obrador y donde, en contrapartida, un movimiento de resistencia civil y pacífica ha tenido casos de infiltración, provocación y oportunismo como, para no ir tan lejos, en el caso de uno de quienes con mayor desbordamiento participaban en actos de repudio a Felipe Calderón, el ahora antagónico Rafael Ponfilio Acosta Ángeles, teatralmente conocido comoJuanito.

Hoy, el país está entrando en una nueva etapa que entre otros ingredientes tiene la peligrosa agudización de la crisis económica y el temprano arranque de la lucha electoral por la Presidencia de la República. Lo económico y el calendario (la secuencia de los dieces revolucionarios) alentarán ilusiones de transformaciones forzadas, ante la evidencia en los bolsillos de la catástrofe calderonista. En el plano del futuro electoral, Peña Nieto y el PRI (con Beltrones a la espera de sus mejores momentos) están tripulando la nave que suponen tiene cita programada para arribar a Los Pinos en 2012. Y López Obrador está ya en abierta campaña, tratando de encontrar la manera de rencontrarse con la clase media y de remontar el saldo tóxico de la sucia guerra mediática y propagandística en su contra.

Éste sería un buen momento para que la derecha calderonista cejara en su campaña de agresión al lopezobradorismo y que éste, a su vez, pusiera la vista en el futuro más que en el pasado (que no ha de olvidarse, pero tampoco convertirse en recuerdo incesante, incluso por visión táctica en busca de captar parte del electorado que podría hoy pensar en AMLO como opción recuperada pero le choca la insistencia en el punto del fraude y la ilegitimidad). Pero, por desgracia, el curso de los odios concentrados, el tamaño, la profundidad y la impunidad de la división inducida dan poco espacio para que crezcan los replanteamientos que busquen distender. De Milán a México, de la siembra de lo cosechado a los peligros que entraña la violencia política para un país dividido.

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