Bertrand Russell
En todos los animales sociales, incluyendo el hombre, la cooperación y la unidad de un grupo se fundan, en cierto modo, en el instinto. Esto es más completo en las hormigas o en las abejas, que aparentemente nunca muestran inclinación a efectuar actos antisociales y permanecen fieles al hormiguero o a la colmena. Hasta cierto punto podemos admirar este rígido cumplimiento del deber público, pero hay que reconocer que tiene sus inconvenientes, pues ni las hormigas ni las abejas crean grandes obras de arte, ni hacen descubrimientos científicos, ni fundan religiones que enseñan que todas las hormigas son hermanas. Su vida social es, en efecto, mecánica, precisa y estática. Pero nosotros no tenemos inconveniente en que la vida humana tenga un elemento de turbulencia si con es nos libramos de un estancamiento evolutivo semejante.
El hombre primitivo era una especie débil y escasa, cuya supervivencia fue precaria en su principio. En alguna época sus antepasados descendieron de los árboles y perdieron la ventaja de tener pies con dedos prensiles, pero ganaron la de tener brazos y manos. Gracias a esta evolución consiguieron no tener que vivir ya en los bosques, pero, en cambio, los espacios abiertos por los que se diseminaron les proporcionaban una alimentación menos abundante de la que habían disfrutado en las selvas tropicales de África. Sir Arthur Keith calcula que el hombre primitivo, para proveerse de alimentos, necesitaba dos millas cuadradas de territorio por individuo, y otros estiman en mucho más el total del territorio requerido. A juzgar por los antropoides y las comunidades más primitivas que han sobrevivido en los tiempos más modernos, los primeros hombres debieron haber vivido en pequeños grupos no mucho mayores que familias, que podemos calcular de cincuenta a cien individuos. Al parecer, dentro de cada grupo existía un grado bastante considerable de cooperación, pero se mostraban hostiles con los otros de la misma especie siempre que entraban en contacto con ellos. Mientras el hombre fue una especie escasa, el contacto con otros grupos fue ocasional y, la mayoría de las veces, de poca importancia. Cada uno tenía su propio territorio y los conflictos solo se producían en las fronteras. Es indudable que nuestros primeros antepasados, apenas humanos, no obraban conforme a normas reflexivas y deliveradas, sino que, seguramente, se guiaban por un mecanismo instintivo: el doble mecanismo de la amistad dentro de su propia tribu y la hostilidad hacia todas las demás. Como la tribu era tan pequeña, cada individuo conocía íntimamente a los otros, de modo que este sentimiento amistosos era coextensivo con mutuo conocimiento.
La familia era, y sigue siendo, el más fuerte y el más instintivamente compulsivo de todos los grupos sociales. La institución de la familia es necesaria entre los seres humanos por la larga duración de la infancia y por el hecho de que la madre de las criaturas tropieza con serias dificultades en la tarea de adquirir alimentos. Esta circunstancia fue la que, tanto entre los seres humanos como entre la mayoría de las especies de aves, ha hecho del padre un miembro esencial en el grupo de la familia, lo que probablemente impulsó la división del trabajo, dedicándose el hombre a la caza mientras la mujer permanecía en el hogar. Desde el punto de vista biológico, la transición de la familia a la tribu pequeñaprobablemente estuvo relacionada con el hecho de que la caza resultaba más eficaz si se hacía de forma cooperativa y, sin duda, desde tiempos muy remotos, la cohesión de la tribu aumentó y se desarrolló gracias a los conflictos con otras tribus.
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