Federico Arreola
La tarde del jueves 18 de marzo y la madrugada del viernes 19 la capital de Nuevo León, Monterrey, vivió el peor de los horrores. Primero, grupos de mafiosos armados incendiaron coches de ciudadanos pacíficos para levantar barricadas en las calles de la ciudad. ¿El propósito? Impedir el avance del Ejército y la Mariana que se trasladaban para combatir sicarios en las carreteras. Después, una terrible balacera exactamente afuera de la sede central del Tecnológico de Monterrey en la que murieron dos narcotraficantes. Esta última ocurrió a la una de la mañana. Yo estaba dormido y fui despertado por algunos amigos que viven cerca del Tec y que, espantados, no sabían qué hacer ante lo que pasaba en la zona sur de la ciudad. Aparte de balazos, se lanzaron granadas. El enfrentamiento duró más de 20 minutos y empezó cuando los militares que por ahí pasaban fueron atacados por un comando de tres vehículos. Por fortuna, no hubo personas inocentes heridas físicamente. Emocionalmente hablando, desde luego, no pocos regiomontanos que toda la vida han residido junto al Tec quedaron muy dañados. Además de los tres vehículos inicialmente usados para agredir al Ejército, otras dos camionetas llenas de sicarios llegaron a apoyar a sus compañeros. Y para evitar que los soldados recibieran ayuda, otros mafiosos repitieron lo que habían hecho la tarde anterior: construir barricadas con coches civiles en diferentes puntos del centro de Monterrey. Lo peor es que, según reportaron los soldados, una patrulla de la policía estatal ayudó a que un delincuente escapara. ¿Tendrá el gobernador Rodrigo Medina una explicación a estos hechos?
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