jueves, 23 de julio de 2009

Las artes del olvido

José Darío Arredondo López

Pudiera pensarse que una visión rencorosa de la vida y sus milagros es mala. Pero el rencor manifiesta la persistencia de algo que molesta y que no ha sido resuelto, es decir, que evoca la justicia diferida, conculcada, incumplida, o, para decirlo de otra manera, puede serse rencoroso cuando alguien ha hecho algo perjudicial y no ha obtenido castigo. El rencor es un sentimiento ligado a la memoria.

Para nadie es secreto que la memoria nos conserva lúcidos y con orientación, de manera que los recuerdos que se conservan modelan nuestra conducta, nuestra capacidad de respuesta a los estímulos del exterior, y determinan la calidad de nuestras relaciones con otros que, como nosotros, son portadores de recuerdos que implican problemas y soluciones, formas de valoración y de toma de decisiones.

Los recuerdos negativos que se conservan en la memoria son la materia prima de los cambios sociales, porque implican los defectos del sistema de convivencia que tenemos, que depende de nosotros para subsistir o para cambiar. Las situaciones injustas, los desequilibrios sociales, la inequitativa distribución de la riqueza, la marginación, la pobreza que impide el desarrollo de las potencialidades de los seres humanos y los degrada a niveles intolerables, genera un sentimiento rencoroso hacia aquello que racionalmente identificamos como causante del mal que se sufre. Es decir, el rencor es una magnitud socialmente generada e individualmente sentida.

Si usted siente rencor, ¿por qué lo siente? Porque posiblemente alguien le frustró algún proyecto de manera injusta y, pudiera decirse coloquialmente “gandalla”; porque se sabe víctima de una situación que viola sus derechos; porque a pesar de ser una víctima no hay justicia para usted y su contraparte goza de impunidad; porque las instancias legales son lentas e ineficientes y usted es presa de la desesperación y la impotencia; porque quienes detentan el poder político y económico pisotean reiteradamente sus derechos; porque está consciente de la diferencia de su apellido respecto al del otro, que obtiene los beneficios del olvido y la protección de las leyes; porque usted es el perjudicado de siempre, la víctima designada de los atropellos de otros con menos derechos que usted y sin ningún derecho de perjudicarlo.

¿Se puede sentir rencor sin impedimentos morales? ¿El que siente rencor está condenado al infierno? ¿Es un pecador irredento? No necesariamente. Sentir rencor (resentimiento o encono tenaz, según el diccionario) es una reacción emocional natural ante lo que se considera injusto, y puede considerarse como el combustible para alguna otra transformación en su percepción de la vida y su entorno social inmediato. Nadie que no haya sentido un “resentimiento o encono tenaz” pudo ser capaz de lanzarse a la defensa de un ideal revolucionario, de tomar las calles y tirar a un gobierno, de arriesgar vida y patrimonio en aras de la transformación social. La injusticia (como las fallas, inequidades, excesos o carencias) convertida en motivación personal ha hecho el milagro de la transformación social e histórica de la sociedad. Nadie que no abrigue sentimientos vívidos y tenaces va a emprender cambios, en ningún sentido.

Claro que el ser rencoroso por sistema se puede traducir en enfermedad, cuando los sentimientos no son reivindicadores de algo que se considera esencialmente justo. En este caso lo recomendable es analizar, asistido o de manera individual, la causa del malestar que, probablemente, se deba a un error de percepción de la propia capacidad y de los merecimientos, en este caso justamente percibidos por otros. El egoísmo, la ambición desmedida y la codicia, pueden ser causa del rencor. Así, el rencor de un gobernante puede llevar a otro a la prisión, con lo que se tiene un preso político sin más culpa que haber ofendido la vanidad o los intereses del que gobierna.

En el caso que se plantea, el gobernante puede darse el lujo de ser rencoroso con sus gobernados, animado por una sobrevaloración de su propio poder, de suerte que es injusto. En cambio, la víctima de la furia gubernamental puede guardar rencor al gobierno que lo arruinó, y promover, sus testigos, alguna acción social que reivindique su derecho a la libertad y que la restablezca finalmente. El activismo político y social tiene esta tesitura.

En el caso del incendio de la Guardería ABC, ocurrido el 5 de junio, que tuvo como resultado 48 niños muertos y muchos lesionados, física y moralmente, la sociedad puede y debe sentir rencor. Rencor contra las autoridades cómplices, contra los autores de la felonía que permanecen impunes, contra la farsa de fabricar chivos expiatorios sin acatar necesariamente las leyes y procurar justicia. Ese “resentimiento o encono tenaz” tiene su correlato objetivo en las víctimas, los procedimientos chapuceros, la vergonzosa intención de dar carpetazo al asunto mediante dilaciones poco menos que increíbles. La sociedad tiene derecho a experimentar ese “resentimiento o encono tenaz” en tanto se reconozca víctima de un sistema económico vicioso y altamente excluyente, inclinado pesadamente hacia el lucro y la mercantilización de la seguridad social.

En tanto las cosas no se resuelvan de fondo, no puede haber perdón ni olvido. Solo el rencor social traducido en acciones cotidianas, tenaces y permanentes podrá cambiar el estado de cosas que hoy rechazamos. Ni perdón ni olvido, solamente justicia y reparación del daño, lo que implica la cancelación del sistema de subrogaciones en los derechos de los trabajadores que son y deben ser responsabilidad del gobierno, así como la presentación de los verdaderos culpables, intelectuales y materiales de los actos reclamados.

Hablar de perdón, en este caso, es pretender borrar de la mente un hecho traumático, altamente ofensivo en lo personal y lo social, sin cambiar aquello que le dio origen, sin modificar las causas del infierno que representa la Guardería ABC. Perdonar es ser cómplice de una violación terrible al derecho que todo ciudadano tiene a la seguridad social, y eso, no se puede permitir.

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