Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran
Los discursos pueden ser puentes entre distintas visiones, puertos para salir de lo conocido y trillando hacia otras latitudes, mazos para derribar viejas y gastadas “verdades”, radares que buscan orientarse en escenarios insólitos, canteras listas a edificar nuevas construcciones, telescopios que buscan respuestas, faros que indican el camino para no perderse. Pero también pueden ser murallas infranqueables, planetas sofocantes y sin oxigeno, cometas proféticos de calamidades indescriptibles o de salvaciones milagrosas, tablas de la ley perennes e incuestionables, el “único camino” para llegar a la tierra prometida, alambres de púas para resguardar la pureza de la secta, cepas de virus que contagian odio, hogueras para herejes. En ese sentido, cuando un discurso incluyente, constructivo, abierto, tolerante y pluralista se impone sobre su opuesto debe ser motivo de regocijo. Eso fue precisamente lo que sucedió en el reciente acto del rencuentro entre Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador.
Pocas campañas tan infames e injustas como la desatada contra el Ingeniero Cárdenas tras los sorpresivos y traumáticos resultados del 2006. La imposibilidad de la autocrítica dio paso al dedo flamígero que repartía culpas y estigmatizaba a todo aquel que no se hubiera sumado al coro de los convencidos. Lo mismo sucedió, entre otros, con el Subcomandante Marcos, con periodistas y comunicadores, con instituciones y empresarios, con organizaciones y autoridades de todo tipo. Y luego se siguió de largo con lo que vino durante y después del conflicto postelectoral, proscribiéndose la discrepancia y linchado moralmente a quienes sostuvimos que apostar a la descomposición política para emerger como salvador en la crisis era equivocado. La lista de los “traidores” se hizo interminable.
Sería absurdo y mentiroso negar que hubo “guerra sucia” contra AMLO, que se acreditó jurídicamente la intromisión ilegal del presidente y de organismos empresariales en la contienda electoral, que quedó exhibida la pequeñez y grisura de autoridades electorales que no pusieron orden en las campañas o que les faltó valor para recontar o anular el proceso. Pero sin duda que también hubo fallas propias de parte de la candidatura de la izquierda y una de ellas fue pensar que se tenía el triunfo en la bolsa y que se podía prescindir de apoyos importantes, como el del Ingeniero Cárdenas.
Es cierto que Cuauhtémoc pudo involucrarse de manera activa en la campaña del 2006, que incluso debió hacerlo; pero también lo es que se le trató con desdén y que el candidato López Obrador no hizo nada para procurar que tal respaldo se manifestará. No le quería deber nada a quien fuera su tutor y promotor político; quizás hasta le motivaba el hecho de llegar a la presidencia sin necesitarlo. Era también una lucha por la historia o, mejor dicho, por el lugar de cada quien en ella.
No justifico a ninguno de los dos, pues en ambos debió imperar el interés del proyecto y con su distanciamiento acabamos perdiendo todos. Sin embargo, hay que poner las cosas en su justa dimensión y, por supuesto, aprender de los errores. Por eso no puedo sino aplaudir el evento memorable en el que se hizo patente su rencuentro. Cuauhtémoc aportó la visión del estadista y manifestó su apoyo al candidato de las izquierdas con propuesta y proyecto; Andrés Manuel mostró genuino ánimo unitario reconociendo los aportes históricos y programáticos del Ingeniero, llamando a otros a unirse y reiterando su mensaje de conciliación. El acto sepultó al discurso intolerante que fue cultivado durante cinco años y aportó credibilidad a la imagen moderada del nuevo AMLO.
La trascendencia del evento rebasa a la coyuntura electoral y tienen resonancias culturales. En sí mismo, significó que la unidad se construye sin subordinación, con respeto a la pluralidad, asumiendo que la discrepancia no sólo es válida sino enriquecedora. Se demostró que un liderazgo no se fortalece achicando a los demás, que del respeto y el reconocimiento mutuos se pavimenta el trayecto que se ha de caminar juntos. El discurso del Ingeniero fue magistral, como muchos que le conocemos, pero el acto ya era el mensaje. No es casual que Marco Rascón haya sido el moderador, otro de los estigmatizados y atacados injustamente por el fanatismo. Por ello es que podemos decir que la intolerancia sufrió una promisoria derrota.
Hay muchas coincidencias importantes en los proyectos de los dos líderes, pero también algunas diferencias que, por supuesto, son transitables en la coexistencia democrática. Por ejemplo, Cuauhtémoc Cárdenas se compromete con los matrimonios entre personas del mismo sexo y con el derecho a decidir la interrupción del embarazo por parte de las mujeres sin necesidad de consulta. Como era de esperarse, el ex gobernador de Michoacán no habla del “déficit 0” al que se comprometió AMLO con algunos empresarios y que bien debiéramos discutir, pues ese punto es el primer mandamiento del llamado “Consenso de Washington” y, como se ha comprobado, no ayuda al crecimiento y es inviable.
Es de destacarse la reivindicación histórica que hizo Cuauhtémoc Cárdenas del PRD y de su proyecto originario. Es evidente que ese instituto político debe transformarse de manera profunda y corregir vicios, y lo debe hacer sin perder sus raíces y sin olvidar su razón de ser. Creo leer entrelíneas su intención de preservar al PRD –que no significa mantenerlo cómo está- en las palabras del primer fundador de ese partido que tuvo como indiscutible logro el de propiciar la unidad de las izquierdas, ahora que la sombra de la división lo acosa.
El evento debió darse en 2006, pero es muy bueno que se haya dado ahora. Señal de que López Obrador sí sacó lecciones de aquella contienda. Lo mismo demuestra al acudir a universidades, demandar más debates y dejar atrás el discurso maniqueo y de estridente confrontación. Está actuando con inteligencia y audacia en un escenario que no le era propicio. Su estrategia de unidad y conciliación es correcta y seguramente le dará resultados. Frente a la amenaza de la restauración del viejo régimen y la indeseable continuidad tras doce años decepcionantes tras la alternancia, existe un escenario propicio para la izquierda que AMLO puede aprovechar.
El reto de López Obrador es vencer el escepticismo hacia su nuevo discurso que todavía hay en ciertos sectores y que se sigue manifestando en los negativos registrados en las encuestas. Pero sin duda que el respaldo de Cuauhtémoc Cárdenas y la unidad en las izquierdas le ayudan a ese propósito. Me atrevo a sugerir que sería de gran ayuda, en ese mismo sentido, que asumiera el error de cerrar Reforma y se comprometiera a no hacerlo de nuevo. En cualquier caso, el evento de Cuauhtémoc y Andrés Manuel es un buen mensaje a la sociedad y no debiéramos escamotearle su dimensión histórica.
Fernando Belaunzarán
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