Si la Ingeniería Electoral es aplicable al comportamiento de los diversos segmentos poblacionales ante las campañas electorales; si se encarga de proyectar la penetración de las campañas en esos segmentos, así como en los compartimentos geográficos que componen los territorios políticos en disputa, entonces, una rama de esa Ingeniería Electoral debe ser la Necrología Electoral: es decir, aquella rama que estudia, mide, ¿proyecta?, el impacto de las muertes, de ciertas muertes, en el resultado de los procesos electivos. Con su permisito, paso a explicarme:
El 23 de marzo de 1994 mataron a Luis Donaldo Colosio. Ese día cambió el resultado de la elección en la que participaba el candidato asesinado. Colosio ya no pudo ser presidente; a México lo pueden gobernar los burros y las ratas, hasta alguna que otra hiena, pero los muertos no. En 2010, el estado de Tamaulipas vivió algo similar: mataron a Rodolfo Torre Cantú, candidato a gobernador, que aventajaba cómodamente en todas las encuestas. Esa fue otra muerte cuyo impacto en el resultado electoral fue determinante.
Durante 2005 y 2006, en el estado de Guerrero la guerra por la “plaza” subió de tono. Empezó ahí la moda de decapitaciones que todavía no se va. La muerte llegó para quedarse, con expresiones cada vez más morbosas y macabras. Cabezas humanas colgadas de bardas, partes de cuerpos esparcidas por las calles. En fin, en Guerrero inició, en los meses y semanas previas a la elección de 2006, la ola de muerte que después bañaría a todo el país. En aquellas elecciones presidenciales, bajo aquella oleada de terror, Guerrero fue el estado con el abstencionismo más alto (53.5%). En virtud de la tradicionalmente baja cosecha de votos panistas en ese estado, ¿de qué manera el terror influyó en la abstención, y esta abstención en el resultado electoral, perjudicando al candidato favorecido por los electores de Guerrero? He aquí un caso en el que se pueden establecer algunas correlaciones matemáticas muy pero muy interesantes. (Un breve análisis aritmético puede establecer que, si en Guerrero la abstención en 2006 hubiese sido igual al promedio nacional, se habría obtenido un diferencial de 42 mil votos en favor de AMLO).
Pero un caso mucho más claro de necrología electoral lo encontramos en Sonora, en las elecciones a gobernador durante 2009. Cuando faltaba poco más de un mes para las elecciones todas las encuestas señalaban el seguro triunfo del candidato del PRI. Siguiendo una tendencia nacional que arrojó descalabros panistas a lo largo de todo el país. Pero sucedió el incendio de la bodega-guardería ABC. Locos de contento, cuando los cuerpos de los niños todavía no se enfriaban, en la campaña del candidato panista se lanzaban a sacar provecho de la tragedia (ver el artículo “Operación Zopilote”, de este tecleador). El resultado de la tragedia fue muy concreto: cuarenta y nueve niños fallecidos, decenas más dañados de por vida. Pero la tragedia tuvo un gran beneficiario directo: Guillermo Padrés Elías, el actual gobernador de Sonora. Beneficiarios indirectos son los muchos que ahora parasitan al erario estatal, sin mayor mérito que haber sido parte de aquella campaña favorecida por la muerte. Muerte de niños, cuyos pequeños cuerpos sirvieron como escalones. Frágiles peldaños humanos que todavía esperan, ¿inútilmente?, justicia.
Sucedió así porque, tratando de ganar elecciones, todo es aprovechable, todo debe ser aprovechado. Como pasó con las muertes producidas por la epidemia A(H1N1) que, en las semanas previas a las elecciones federales de 2009, fueron el pretexto perfecto para que Calderón lanzara una agresiva campaña publicitaria, cuyos objetivos visibles tenían más que ver con las elecciones en puerta, que con los riesgos de salud pública. Mientras otros países afrontaban la misma epidemia con prudencia, en México todo era estridencia (estúpida estridencia, dirán los profesionales del turismo). Gritos y alarmas por doquier con un claro fin electoral. Calderón llegó al absurdo, y ridículo, de erigirse en “salvador de la humanidad”. El intento de aprovecharse de las muertes producidas por la epidemia de gripe no prosperó. Los votos de 2009 le infligieron a Calderón una derrota de la que aún no se recupera. Pero ese intento queda como un caso más de necrología electoral.
En las todavía frescas elecciones de Michoacán sucedió otro caso: el presidente municipal panista de La Piedad fue asesinado. La campaña panista, montada en el discurso de que sólo el PAN es enemigo del crimen organizado, trató de aprovecharse de esa muerte trágica, y extraña. La facilidad con la que mataron al presidente municipal resultó por lo menos rara. Ya había recibido amenazas y la policía federal se encargaba se su protección; pero, he aquí la extrañeza, en el momento de su asesinato, la guardia federal brilló…por su ausencia. El aprovechamiento del asesinato alcanzó para que el PAN lograra una importante ventaja en La Piedad, pero no fue suficiente para que la hermana de Calderón se alzara con la gubernatura de Michoacán. Un mes después, un Calderón emberrinchado todavía no reconocía la derrota de su hermana, su derrota.
No siempre los trucos mortuorios funcionan, o, funcionando, no resultan suficientes: son fallas de la ingeniería electoral, errores de cálculo. El moderno cavernario todavía no domina los violentos fuegos de la muerte. La Necrología Electoral es una ciencia en ciernes, acaso todavía es artesanía.
Habrá entonces que estar atentos; porque mientras se acerque la cita con las urnas, el grupo en el poder, temiendo perderlo, temiendo perderse, estará dispuesto a todo. Y todo es todo.
Martín Vélez
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