martes, 27 de septiembre de 2011

EL SICARIO ARISTOTÉLICO.

Aristóteles vivió en Grecia unos tres siglos antes de Cristo. Eran los tiempos de Alejandro, el Grande, el Magno, que fue alumno suyo; así que entonces Grecia, junto con Alejandro, se hacía grande. No como ahora, que se hace chiquita ella, hace chiquita a toda Europa, y de rebote al mundo (hasta el catarriento peso mexicano, que al parecer se tomó unas pastillas de chiquitolina griega).

Fue Aristóteles, entre los alumnos de Platón, el mejor de todos. Veinte años estuvieron juntos el Maestro y el Alumno. Pero, lo que en el Maestro era poesía, prosa apasionada, lírica al borde del delirio; en el Alumno todo era método, era escudriñar en lo concreto, en lo repetible, en lo desmenuzable. Lo de Platón era poesía, filosofía dialogante; lo de Aristóteles era algo más simple: era Ciencia, en pañales, pero fría ciencia.

Hijo de médico, Aristóteles estudió primero medicina y anatomía; estudios que dejó cuando en su camino se atravesó el apasionado y apasionante Platón. Gracias a ese encuentro, entre el Maestro de cabeza caliente y el Alumno de testa fría, la medicina perdió un galeno, pero la ciencia ganó un padre.

De aquel interés primario de Aristóteles por la Anatomía quedó una idea: “una mano amputada, que, por tanto, no cumple su función, no es una mano; así como una casa vacía no es una casa” (*) Cuando el tecleador de estas teclas se encontró con esa idea de Aristóteles, no pudo más que exclamar, como Arquímides en su bañera, ¡eureka! ¡eureka! mil veces ¡eureka!

O sea que una cabeza, separada del cuello, ya no es una cabeza; y una pierna, separada del tronco, ya no es pierna; ni un brazo, es brazo; ni un ojo, ojo. O sea que lo que pasa en México es que los sicarios leyeron a Aristóteles. ¡Haberlo sabido! Tanto que buscamos en la Divina Comedia, en la que Dante hace una precisa descripción del Infierno; tanto buscar en cada uno de los anillos del Averno, queriendo encontrar la explicación de la sangrienta carnicería calderonista.

Mientras Calderón invita al turismo gringo a visitar México, mediante un churro televisivo denominado “Royal Tour”. (Sí, no crea usted que leyó mal: El programa se llama casi igual que el Royale, el casino de la muerte, quemado porque sus dueños no quisieron comprar queso Borno Larrazabal). Mientras Calderón juega al guía de turistas, el mundo entero, a través de Youtube, puede ver cómo, en México, las manos dejan de ser manos, las cabezas dejan de ser cabezas y los etcéteras dejan de ser etcéteras. Todo porque los narcos mexicanos dieron con Aristóteles.

Pero el sexenio aún no termina y sus sobrevivientes (no cantemos victoria, falta un año) podemos ser testigos de que el propio Calderón ya dio con el frío y analítico Aristóteles. En su reciente propuesta de reforma al Código Penal, Calderón, ¡otra vez, la burra al trigo!, propone las detenciones “urgentes”, los cateos sin orden judicial. Si prospera este nuevo intento del carnicero de Morelia, seremos testigos cómo los derechos dejan de ser derechos y las casas dejan de ser casas. Pues, si cualquier gorila al mando de García Luna, puede entrar, sin orden judicial, a cualquier casa, esas, las nuestras, ya no serán casas.

Martín Vélez

(*) Citado por Adolfo Sánchez Vázquez. Invitación a la Estética. Debolsillo. 2007.

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