lunes, 15 de septiembre de 2008

Vía libre - 15 de septiembre


Alvaro Bracamonte Sierra

Septiembre es el mes que recuerda a nuestros héroes; son días en que reforzamos la nacionalidad. Para bien o para mal, lo que somos se lo debemos en buena medida al sacrificio de gigantes como el Padre de la Patria, el Siervo de la Nación y tantos otros que dieron su vida en aras de la independencia de la antigua Nueva España.
Escuchar las crónicas de los prolegómenos del Grito de Independencia provoca emociones indescriptibles y una mezcla de orgullo y satisfacción se apodera de nuestro cuerpo. Tuve esa sensación al asistir a la escuela de mi hija cuyas maestras prepararon un emotivo programa. Ver las caras de los niños, muchos que apenas caminan, al entonar el Himno Nacional, hacer honores a la Bandera y leer con aplomo proclamas célebres del cura Hidalgo, de Morelos o de Doña Josefa Ortiz de Domínguez, es emocionante. Inevitablemente, esos homenajes despiertan también la reflexión sobre lo que hemos logrado como País independiente; y me temo que en esto hay tantas cuentas pendientes que avergonzarían a los padres de la Patria.
A esos pequeños mexicanos que en unos años tendrán conciencia del País que nos tocó vivir, no podemos engañarlos. No se les puede llenar la cabeza con discursos que hablan de una generosa Nación construida con la sangre de nuestros antepasados. La verdad es que en este momento hay poco bueno que agregar y eso duele verdaderamente.
Nos independizamos del yugo español porque éstos se habían rendido al Ejército francés; repentinamente nos volvimos súbditos de Francia cuando los criollos que gobernaban tenían probada lealtad a los reyes españoles. Fue Morelos quien dio al movimiento de independencia el giro necesario para romper definitivamente las ataduras con la monarquía. Lo hizo invocando una Patria justa para todos. Los Sentimientos de la Nación resumen los más nobles ideales de aquella joven Nación.
A casi dos siglos, queda todo por hacer. Como si el tiempo se hubiera detenido. ¿Qué les podemos decir a estos infantes que creen vivir protegidos por nuestros héroes? ¿Acaso es válido decirles que los mexicanos de 2008 son felices cuando alrededor de la mitad vive en la más terrible pobreza? ¿Acaso somos ahora más soberanos e independientes cuando todo indica que nuestro horizonte está anclado al vecino del Norte? ¿Acaso no existe la marginación de los habitantes originales de estas tierras? ¿Qué los zapatistas de Chiapas no se levantaron en armas precisamente por las injusticias de que eran objeto? ¿Qué no se suponía que eran heridas cicatrizadas? ¿Qué decir, además, de la corrupción e impunidad que cabalgan como si nada hubiera pasado en 200 años? ¿Dónde se extravió el ideal de los fundadores de construir un país más equitativo y justo?
Qué decir de nuestra imperfecta democracia que permite triunfos plagados de dudas; que permite sin mayor problema la permanencia de autoridades inmorales como son los gobernadores de Puebla y Oaxaca. Qué decir de la Suprema Corte de Justicia que trastabilla justo cuando debe intervenir para aminorar las tensiones nacionales. Qué decir de un Legislativo que se rinde a los poderes fácticos como ocurrió con las televisoras que doblaron a los diputados y senadores en su intento de regular y limitar sus excesos.
¿Qué debemos hacer para que dentro de dos años, al celebrar con toda la pompa los 200 años de vida independiente lo hagamos con orgullo y seguros de que existe esperanza; de que lo mejor apenas está por llegar? Urge hacer algo para arribar a esa fecha con renovada energía y optimismo. Debemos pensar en esos niños y niñas que ahora se entusiasman con los memorables pasajes de la guerra de independencia.
Un buen inicio, e indispensable, sería recuperar la concordia y la armonía en los distintos ámbitos de la vida nacional. Esto incluye a las regiones, al Norte y al Sur de México; a todos los sectores, los empresarios, trabajadores, intelectuales, autoridades; a las mujeres y a los hombres, sin distingo de su signo ideológico. Para ello debe terminarse con la ola de violencia que mantiene en la completa zozobra al País.
Pero también hay que terminar con el clima de polarización generalizado que campea entre toda la clase política. Esto debería ser lo primero y desafortunadamente no se ven señales ni el ánimo de restablecer nuevas reglas de convivencia que apacigüen el encono reinante. De hecho la violencia no es exclusiva de las bandas del crimen organizado: entre los políticos se advierte una escalada sin fin de violencia verbal que, en mi opinión, es insólita.
Hay que cerrarle el paso a esa dinámica. Estamos a tiempo de reconstruir el país para que podamos, en dos años, dar buenas cuentas a nuestros héroes.

Álvaro Bracamonte Sierra. Doctor en Economía. Profesor-Investigador de El Colegio de Sonora.

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