martes, 5 de agosto de 2008

De panes, peces… y petróleo

Raúl Lugo Rodríguez

Ayer domingo se leyó en todas las iglesias católicas el evangelio que narra la multiplicación de los panes según la versión del evangelista san Mateo (Mt 14,13-21). Contado en los cuatro evangelios, este relato siempre me ha estremecido (y supongo que a Silvio Rodríguez también, ya que siendo poco afecto a las imágenes bíblicas en sus textos, hace referencia a ésta en su también estremecedora canción "El necio"). Aunque la multiplicación de los panes ha sido siempre, ya desde los primeros siglos de la iglesia, leída en contexto eucarístico, no pueden pasarse por alto, sin graves consecuencias, algunos datos redaccionales que muestran líneas fundamentales de la intención del Jesús histórico.

A las puertas de la edición yucateca de la Consulta Nacional sobre la iniciativa presentada por el ejecutivo federal en materia de reforma energética, a realizarse en nuestro estado el próximo 10 de agosto, quisiera hoy hacer alusión a dos de estos datos textuales y aplicarlos a la iluminación de este ejercicio ciudadano.

Lo primero que resalta en el texto es que la escena está enmarcada en una actitud fundamental de Jesús: la compasión. Así lo señala el texto: "Cuando Jesús desembarcó y vio aquel gran gentío, sintió compasión de ellos…". Al origen de toda la actuación de Jesús parece estar esta actitud. Como bien señala José Antonio Pagola, "Jesús no vive de espaldas a la gente, encerrado en sus ocupaciones religiosas, e indiferente al dolor de aquel pueblo. Su experiencia de Dios le hace vivir aliviando el sufrimiento y saciando el hambre de aquellas pobres gentes. Así ha de vivir la Iglesia que quiera hacer presente a Jesús en el mundo de hoy".

En nuestro país, y en casi todo el mundo, se ha impuesto un modelo económico que da las espaldas a las necesidades de una gran parte de la población. Se trata de un mundo en el que sobreviven los más fuertes, los más astutos, entendida esta astucia como la capacidad de hacer cualquier cosa para conservar estatus y comodidades. Una posición parecida parecen representar los apóstoles en el texto al que nos referimos, que ante el incansable trabajo de Jesús para curar enfermedades y dolencias de la gente que se acercaba, sólo encuentran como sugerencia la de despedir a la gente para que vayan al pueblo y se compren comida.

La compra y la venta de pan, la ley de la oferta y la demanda, parece ser la perspectiva desde la cual hablan los discípulos. En lugar de hacer como Jesús, a quien no le importa el paso de las horas con tal de aliviar el sufrimiento de los débiles, los discípulos pretenden abandonarlos a las prácticas económicas dominantes. Le sugieren a Jesús que despida a la gente para que vayan a comprar comida… ¿qué harán los que no tienen dinero para comprarla? Eso no interesa a estos discípulos que parecen no haber aprendido nada de su Maestro.

Pero Jesús responde con una orden lapidaria que no acabamos todavía de entender a cabalidad: "Dénles ustedes de comer". La lógica de Jesús es bien otra de la que manejan sus discípulos. A la compra y venta Jesús opone la obligación de pensar en los demás, de compartir, porque el Dios en el que Jesús cree quiere que todos tengan pan, incluso aquellos que no pueden comprarlo.

Por eso, y éste es el segundo dato redaccional al que quiero referirme, cuando los discípulos, llenos de escepticismo, le replican a Jesús que lo único que han encontrado son cinco panes y dos peces, Jesús confirma que eso es suficiente, porque el problema no está sólo ni principalmente en la cantidad de recursos, sino en la actitud de compartir en lugar de acumular. En la alternativa de Jesús, una sociedad auténticamente humana (eso que él anunciaba bajo la enigmática fórmula de "Reinado de Dios") es aquella en la que los bienes se comparten, de manera que los recursos sean suficientes para todos.

Este próximo domingo 10 de agosto tendremos la oportunidad de participar en la consulta nacional sobre el destino de nuestros hidrocarburos. Sabemos ya, por dolorosas experiencias, que las privatizaciones que en México se han dado han resultado desastrosas porque han sido fuente de corrupción y tráfico de influencias que han dañado a toda la sociedad mexicana. Ahí están como ejemplos la banca, las carreteras, la telefonía y el ejido. La alianza de los gobiernos privatizadores con los grandes empresarios que de dichas privatizaciones se benefician, han establecido políticas públicas que mantienen en la pobreza y exclusión a miles de mexicanos y enriquecen a unos pocos empresarios y funcionarios.

Yo estoy convencido de la necesidad de reformar el marco jurídico de PEMEX, pero creo que hay que hacerlo en sentido bien distinto del que propone la administración de Felipe Calderón. Que los hidrocarburos, antes de su inevitable extinción, se conserven como propiedad de todos los mexicanos y mexicanas y las ganancias que de su comercialización se derivan se usen para que el Estado cumpla con su obligación de garantizar a todas y todos alimentación, salud, vivienda y educación, pienso que es el rumbo correcto para cualquier reforma en la materia. Me parece que así estaríamos cumpliendo, al menos en parte, la orden de Jesús: dénles ustedes de comer, orden tanto más relevante cuanto que la escuchamos desde un estado en el que el índice de desnutrición permanece entre los más elevados de la república, no obstante la alternancia de partidos en el poder. Y no me parece que el proyecto calderonista tenga ese rumbo. Por eso creo que es hora de que, por encima de filias y fobias partidistas, todos acudamos a expresar nuestra opinión en la consulta nacional del próximo domingo 10 de agosto.

Colofón: Hay manifiestos ante los cuales daría yo cualquier cosa por ser "abajo firmante". El publicado a propósito de la reciente aprobación de la ley de migración en el parlamento europeo es uno de ellos. Así que, abusando de la paciencia de los lectores y lectoras, lo reproduzco en este colofón:

Señores gobernantes y parlamentarios europeos: Algunos de nuestros antepasados, pocos, muchos o todos, vinieron de Europa. El mundo entero recibió con generosidad a los trabajadores de la Europa migrante.

Ahora, una nueva ley europea, dictada por la naciente crisis económica, castiga como crimen la libre circulación de las personas, que es un derecho consagrado por la legislación internacional desde hace ya unos cuantos años.

Esto nada tiene de raro, porque desde siempre los trabajadores extranjeros son los chivos expiatorios de las crisis de un sistema que los usa mientras los necesita y luego los arroja al tarro de la basura. Nada tiene de raro, pero mucho tiene de infame.

La amnesia, nada inocente, impide que Europa recuerde que no sería Europa sin la mano de obra barata venida de afuera y sin los servicios que el mundo entero le ha prestado: Europa no sería Europa sin la matanza de los indígenas de las Américas y sin la esclavitud de los hijos del África, por poner sólo un par de ejemplos de esos olvidos.

Europa debería pedir perdón al mundo, o por lo menos darle las gracias, en lugar de consagrar por ley la cacería y el castigo de los trabajadores que a su suelo llegan corridos por el hambre y las guerras que los amos del mundo les regalan.

Desde el continente americano, julio de 2008

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