Federico Arreola
No nací en una familia educada. Ni próspera. De hecho, los primeros años de mi vida los pasé en la extrema miseria. Mi papá y mi mamá, llegados de zonas rurales de Coahuila y Nuevo León a la zona metropolitana de Monterrey, se mantenían a sí mismos y a mí y a mis hermanos produciendo artesanalmente flores de papel que vendían en el comercio informal. Yo les ayudaba como podía, y a veces me esforzaba bastante.
Mis padres fabricaban sus mercancías en las pequeñas casas que habitábamos (primero en la Colonia Independencia y después en barrios pobres del centro de Monterrey). Para soportar las duras jornadas de trabajo, ellos escuchaban todo el día un aparato de radio. Sobre todo, se entretenían con radionovelas, como “El ojo de vidrio”. Pero, desde luego, les gustaba también la música norteña.
Ese era todo mi mundo cultural. Cuando llegué a la primaria, con los Beatles de moda, tuve que soportar muchas burlas de mis compañeros de la escuela, a quienes les parecía increíble e inaceptable que hubiese alguien en el mundo, yo desde luego, que no supiera nada del famoso grupo británico.
Pero el hecho es que yo no sabía nada de los Beatles, que se escuchaban en algunas estaciones de radio regiomontanas, pero no en las que sintonizaban mis padres. Vine a enterarme bien a bien quiénes eran los Beatles en la secundaria, prácticamente cuando ya se habían separado.
Antes de eso, lo mío era la música norteña porque, en torno a mí, no había más. Ya en la secundaria mi papá y mi mamá habían dejado el comercio informal y progresaban a buen ritmo en la economía que paga impuestos y pide permisos. Nos fue muy bien, y en esa época empezó a haber en mi casa ciertos bienes antes imposibles de pagar, como una televisión y un tocadiscos. Esta es la razón principal de mi neoliberalismo: me consta que el comercio, no el gobierno, saca a las personas de la pobreza.
No crecí viendo la televisión porque en mi casa no había. Si quería ver algún programa del que todo el mundo hablaba en la escuela, tenía que pagar veinte centavos a un vecino. TV de paga excesivamente costosa.
El aparato de TV y el tocadiscos llegaron a mi hogar más o menos al mismo tiempo. Las primeras adquisiciones discográficas que hizo mi padre fueron un álbum de tangos de la cantante argentina Susy Leyva y uno de los “Relámpagos del norte” (Ramón Ayala y Cornelio Reyna) titulado “Hoy mañana y siempre”.
Admito que me gustaban más los tangos que los “Relámpagos”, pero desde luego disfrutaba con lo que cantaban Ayala y Reyna. Hablo de la primera mitad de los setenta. Lo que más me llamaba la atención del disco de Ramón Ayala y Cornelio Reyna era el “Corrido de Chito Cano”, un personaje famoso en el noreste que evidentemente no era héroe revolucionario ni nada parecido.
Dice el corrido: “Año del setenta y uno, el mes de octubre corría/ en Reynosa Tamaulipas, al despuntar nuevo día,/ hirieron a Chito Cano, no se sabe quien seria./ Con un balazo en la espalda el todavía se reía,/ no los creía tan cobardes hampones y policías,/ le pegaron por la espalda, de frente no se podía./ Qué bonitos son los hombres no se le puede negar,/ aun después de caído, tuvo la fuerza de hablar,/ no corran, no sean cobardes, acábenme de matar/. Se presento Chón García a hablar con la judicial,/ para que maten a Chito trabajo les ha de costar,/ nomas sálganle al camino sombreros van a sobrar./ De Reynosa a Matamoros, de Monterrey a Laredo,/ anden con mucho cuidado, todavía soy Chito Cano y todavía no me muero./ Ya con esta me despido, sin agravios y rencores,/ lo que se presta se paga, tengan presente señores,/ si al cielo avientan la daga, va en busca de los traidores”.
El hecho es que Chito Cano sigue vivo. Hace tiempo, en un trabajo periodístico realizado por Martín Fuentes y Miguel Ángel Arritola, criticó a Saúl Viera, “El gavilancillo”, autor del corrido. Tal declaración fue una sorpresa ya que, durante años, se especuló que la canción hacía referencia a los últimos momentos de Cano quien presuntamente cayó abatido durante una balacera. Pero no murió. Eso sí, los heridas lo dejaron parapléjico por el resto de sus días. Sobre el corrido Chito Cano dijo: “Mentiras del pinche corrido. Ni me reía porque me estaba haciendo el muerto y de pendejo iba a hablar”. Es decir, Cano no se tomó en serio eso de: “Qué bonitos son los hombres, no se les puede negar/ y con un balazo en la espalda todavía se reía y tuvo la fuerza de hablar/ no sean cobardes agentes o pistoleros, acábenme de matar”.
He escrito esta historia simplemente para protestar por el hecho de que esté bajo arraigo y aun sujeto a proceso el acordeonista Ramón Ayala. Entiendo que es inconveniente que un músico como él participe en fiestas de narcotraficantes. Pero entiendo también que estos delincuentes están profundamente arraigados en la cultura popular mexicana, en la que alguien como Ayala actúa como cronista.
No conozco a Ramón Ayala, pero lo respeto, al margen de las acusaciones que puedan probársele o no, estoy en deuda con él por todo lo que ha dado a mucha gente que viene de donde yo vengo.
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