Jane de la Selva
Enrique Peña Nieto no se equivocaría, si su fe católica fuese verdadera, yendo al Vaticano para recibir la bendición papal junto con su nueva cercana familia bajo su costo, suponiendo lo hubiese pagado con sus ahorros. Pero sí se equivoca y puso en peligro su ser presidenciable, al utilizar sus intimidades para promocionar su candidatura y hacer uso de fondos del erario público para un viaje de índole personal, cubriendo la totalidad cuando menos, del presupuesto para llevar consigo al evento en Roma a varios burócratas del Estado como acompañantes.
Una sabia amiga de la tercera edad repetía, que la única manera que en México se daría otra revolución armada sería si clausuraran las iglesias. Tenía razón. La gran mayoría católica, ferviente admiradora de la Guadalupana o de algún difunto santo o santa patrona cuyos poderes claman. Los creyentes no logran ver lo ajeno a la fe: la sujeción emocional aplicada por los poderes fácticos cuyo ejemplo es frecuentemente la práctica diaria de la doble moral avalada por el cumplimiento de los dogmas de la iglesia. Por lo que las estadísticas mostrarían que la gente no vería mal que el gobernador de un Estado fuese a rendirle tributo al Papa con el objeto de obtener su bendición u otros favores. Si se preguntase a un auténtico demócrata tampoco debía criticarlo, pues la libertad de credo es esencial para el sustento de la democracia. Sin embargo, al relacionarlo con el derroche de dineros ajenos, es decir fondos públicos, para transportar a una comitiva hasta allá siendo un acto privado, es definitivamente un acto éticamente incorrecto para cualquiera. Por lo que los auténticos católicos debían considerarlo como un acto reprochable, no permitido y sancionarlo, mostrándose a favor de la justicia. Si no lo hacen, que se sepa.
Agremiados y cabecillas del PRI se preguntarán si el gobernador ha caído en un abuso, siendo que los estatutos del Estado laico en el que deben fundarse las políticas de su partido son ignoradas ya no sólo por los irresponsables en el Congreso sino por los burócratas al servicio del Estado. Así mismo, las decisiones legislativas en contra de las libertades inherentes a la persona humana y a favor de los intereses de una sola fe, son inaceptables.
Peña Nieto es un sujeto que ejemplifica al neo–prianista. Podría ser igualmente candidato del PANcomo del PRI. El gobernador encumbrado por el grupo Atlacomulco y liberador oficial del evadido Arturo Montiel, su antecesor, quien debía estar tras las rejas por robo descarado y comprobado al erario, a los habitantes en el Estado de México.
De costumbres abiertamente de tipo yunquistas, experimentadas anteriormente por la ciudadanía ante los contubernios y asuntos eclesiásticos de la pareja presidencial Fox. Ahora toca el turno al candidato televiso. Se cobijan en el “seno de la Iglesia”. No se percatan que la gente ya sabe que escondido bajo el manto santificado se han cometido innumerables despojos a la nación. La experiencia Bribiesca la más fresca. Por lo que emular al ranchero bota de charol cuya reputación es non grata, no le redituará. Podrían crucificarlo eventualmente en su rol estelar de novelita.
Sonrisa maliciosa esperanzada en las bocas y ojos de Beatriz y Manlio Fabio, ambos cómplices recientes en su tibieza para defender el derecho de elegir de la mujer, lo que les restará popularidad y votos. En segunda línea aparecen Fidel y Ney, gobernadores a quienes les han dedicado algún tiempo aire los encabezados. Pero nada, no hay hombre fuerte éticamente hablando. Peña Nieto huele a descompuesto. No creo logren detener la caída de su imagen. PRI— PAN de la mano. Se amalgaman y confunden entre sí, tanto, que el segundo partido mencionado aun ni candidato tiene, así que le darán el visto bueno al que se designe, sin ninguna posibilidad. Se ajustarán al que dicte finalmente el ordenamiento de la oligarquía.
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