Juan Pablo Proal (Proceso)
Los ciclistas mexicanos deben comprender que no están en Europa. Qué
molesto es conducir tu automóvil y soportar a uno de estos pretenciosos
que entorpecen el tránsito. Las autoridades deberían prohibir que
circulen sobre la vía pública.
Esta visión sobre los ciclistas es
una constante en el país. En agosto del año pasado, Ángel Verdugo,
comentarista de Grupo Imagen, expresó al aire su opinión sobre el tema,
que refleja el sentir de muchos:
“Voy a hacer una invitación a
todos los automovilistas conscientes de este Distrito Federal ante lo
que yo llamo la nueva plaga que está a punto de causar daños severos en
el Distrito Federal, los señores estos no sólo los que circulan en
bicicletas propias sino esta plaga que se creen europeos, se creen
franceses y no señores ustedes no son franceses, son mexicanos, con todo
lo que ello implica, no están ustedes en Paris, en Champs-Élysées. ¡No
señores!”.
El fin de semana pasado se celebró en Oaxaca la quinta
edición del Congreso Nacional de Ciclismo Urbano. En esta ciudad, como
en la mayoría del país, los automovilistas quieren exterminar a los
conductores de biclas. Les arrojan el coche, los insultan: actúan como
si la vía pública sólo les perteneciera a ellos.
A pesar de que
para muchos conductores los ciclistas son equiparables a una plaga de
cucarachas, estos ciudadanos dan ejemplo de humanismo, utopía y
responsabilidad.
¿Quién es una plaga, el solitario conductor de
una inmensa camioneta ocho cilindros o la ciclista que diariamente
conduce a su trabajo sin producir contaminación? ¿Quién es un lastre
para la nación, el ciudadano que se dio por vencido ante la inmunda
corrupción del sistema o los grupos de ciclistas que cuidaron casillas
en las elecciones presidenciales?
La resignación se ha vuelto un
patrón común entre los mexicanos inconformes con el podrido entorno. El
silencio como única protesta ante el conductor que se forma en doble
fila. La solitaria molestia por quien arroja basura a la calle. Seguir
de frente ante el agente de tránsito extorsionador. Soportar a los
vecinos que inundan el edificio de excesos sonoros. Taparse la nariz
ante el viejo microbús que echa tanto humo como un parque industrial.
He
escuchado de muchas personas honestas el lugar común: “Yo hago lo que
me toca”. Esta frase ya saturó mis oídos. Argumentan que ellos son
responsables: se ganan la vida dignamente, tiran la basura en su lugar,
pagan a tiempo sus cuentas, no le hacen daño a sus semejantes y votan en
cada elección.
En un país donde cualquiera puede escribir tu
nombre en una pancarta utilizando como tinta tus intestinos, la
filosofía de “hacer lo que me toca” es más bien un paliativo de las
buenas conciencias. Lavarse las manos ante la ruina.
La enseñanza
contraria la ofrecen los ciclistas mexicanos. No mirar para otro lado
frente al dolor del prójimo, sino ofrecer una mano por pura humanidad.
Hay
iniciativas para recuperar la vía pública secuestrada por la violencia,
como Chihuahua en Bicicleta o Bicibilizate Michoacán. Algunos grupos de
ciclistas ofrecen el recurso no renovable de su tiempo para frenar el
deterioro ambiental, como Bicitekas. El colectivo Camina Haz Ciudad
rescata banquetas para los peatones. Y esta es sólo una mención
superficial, hay muchos más proyectos: Insolente, Cletofilia, Bicitlán
Radio, Paseo de Todos, Muévete en Bici, Bicicleta Blanca…
La
mayoría de estos colectivos está integrada por profesionistas que ceden
su energía para mejorar su entorno. No tienen ese tufo a engaño de
algunas organizaciones civiles que lucran con la pobreza, evadiendo
impuestos con vulgares redondeos o lavando la cara de una empresa
abusiva.
¿Debemos enjuiciar a los ciclistas por ser unos
pretenciosos que se sienten europeos? ¿Qué hay de malo en querer
ciudades donde las calles estén limpias?, ¿En dónde está el error en
actuar como buenos vecinos?, ¿Es estúpido tener una pizca de
sensibilidad humana?, ¿Es iluso pintar banquetas, reciclar o convivir en
un paseo dominical?, ¿Es inútil imaginar poblaciones soleadas, verdes y
en paz?
Es claro que a los vividores del erario no les interesa
mejorar este país, que los legisladores privilegian sus bonos antes que
ver por los electores y que el Ejército jamás terminará con el
narcotráfico. Estamos obligados a rascarnos con nuestras propias uñas.
La
filosofía de “hago lo que me toca”, de ver pasar los infiernos frente a
nosotros y no mover un dedo nos mantendrá hundidos. Los ciclistas nos
enseñan lo opuesto, que sí tenemos el poder de cambiar entornos. Nos
dicen con actos cómo soñar en plural, materializar utopías, reír en
colectivo y asumir el control del ser creador que llevamos dentro.
Cada
quien es libre de enfrentar a su gusto la hedionda descomposición del
país. No obstante, es miserable querer exterminar a quien ve por su
prójimo. Nadie está obligado a pintar banquetas, cuidar ancianos o
protestar por un fraude electoral, pero por lo menos debe dejar en paz a
quien sí lo hace. Y eso implica, por principio, no aventar el coche a
los ciclistas.
Twitter: @juanpabloproal
Sitio: www.juanpabloproal.com
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