Al doctor Pablo Sandoval Cruz,congruente ejemplo, a sus 94 años, de
resistencia al autoritarismo, deseándole una pronta recuperación.
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Un sistema político “totalitario” es aquel en el que
la clase dominante no se conforma con el ejercicio de la autoridad desde
las instituciones gubernamentales, sino que busca controlar la
totalidad de la vida pública y privada de los ciudadanos. Este tipo de
regímenes típicamente dividen a la sociedad de manera maniquea entre los
ciudadanos “bien portados” que apoyan y muestran lealtad absoluta al
mandatario, y los ciudadanos “de mala conducta” que “sólo critican” y
“desestabilizan”.
Aunque el discurso totalitario comúnmente es de
“unidad” y “progreso”, en los hechos estos regímenes polarizan a la
sociedad y excluyen a los disidentes. Los totalitarios rehúyen el debate
entre opciones y posturas contrapuestas. Prefieren el “dulce encanto”
del aplauso fácil al caótico proceso de la construcción de acuerdos
democráticos. El complemento perfecto a todo ello es la represión
estatal contra quienes se atreven a levantar la voz.
Pilares
fundamentales de este tipo de sistemas son la propaganda y la
manipulación mediática. En lugar de convencer a los ciudadanos y
dialogar con la sociedad, se busca corromper y serenar conciencias.
Estos esfuerzos de reeducación cívica típicamente prometen liberar al
pueblo de una historia de supuesto atraso y aspiran a crear un país
ficticio a partir de una “revolución cultural” que instale nuevos
valores ideológicos y prácticas políticas.
El discurso inaugural
de Peña Nieto en Palacio Nacional el pasado 1 de diciembre reveló un
claro talante totalitario. Mientras escurría en las banquetas de San
Lázaro la sangre de Uriel Sandoval y Juan Francisco Kuykendall, dos
manifestantes pacíficos brutalmente reprimidos por la Policía Federal de
Peña Nieto, el nuevo presidente declaraba que era “tiempo de romper,
juntos, los mitos y paradigmas, y todo aquello que ha limitado nuestro
desarrollo” para construir “un país arrojado y audaz, preparado para
competir y triunfar, para que esa sea su imagen ante el mundo entero”.
Para ello, concluía, “trabajemos con determinación, con audacia y con
pasión”.
La frecuente utilización de la palabra “audacia” llama la
atención porque en años recientes se ha convertido en el término clave
de un conspicuo grupo de intelectuales para referirse a los tiempos de
Carlos Salinas de Gortari. Por ejemplo, en su ensayo Un futuro para
México, Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda aclaman los tiempos
supuestamente “modernizantes” que vivimos en México durante el sexenio
de Salinas: “Apenas había empezado la obertura que sustituiría al
nacionalismo revolucionario, el salto a la modernidad de los noventa,
cuando la triste trilogía del año 1994 –rebelión, magnicidios, crisis
económica– destruyó la credibilidad del nuevo libreto”.
De acuerdo
con los escritores, habría que recuperar el proyecto original del
“gobierno audaz e ilustrado” de Salinas. El problema hoy es que “México
es preso de su historia”. Precisan: “Ideas, sentimientos e intereses
heredados le impiden moverse con rapidez al lugar que anhelan sus
ciudadanos. La historia acumulada en la cabeza y en los sentimientos de
la nación –en sus leyes, en sus instituciones, en sus hábitos y
fantasías– obstruye su camino al futuro”.
La similitud con el
discurso de Peña Nieto es innegable y revela la verdadera intención del
nuevo ocupante de Los Pinos. Si bien el proyecto de transformación
cultural finge mirar hacia el futuro, en realidad lo que busca es volver
la mirada hacia una de las épocas más corruptas, opacas y autoritarias
de la historia reciente del país: el sexenio de Carlos Salinas de
Gortari.
Marcelo Ebrard, quien se forjó políticamente bajo la
sombra de Salinas, se ha unido gustoso al nuevo proyecto totalitario.
“Ya limpié mi Hemiciclo”, escribió orgulloso la noche del 1 de
diciembre. En lugar de preocuparse por las docenas de detenciones
arbitrarias cometidas por los policías a su mando y exigir el castigo
necesario para los policías federales y locales que hubieran abusado de
los manifestantes y jóvenes inocentes, Ebrard prefirió presumir “la
pulcritud” de un monumento público que cree que le pertenece a título
individual. Esta visión patrimonialista del poder público, junto con la
aparente obsesión por la “limpieza” y el orden, demuestran que Ebrard y
muchos líderes de la supuesta “izquierda” en el fondo comparten la misma
visión totalitaria de los priistas.
Peña Nieto sabe bien que
tiene a la gran mayoría de la sociedad mexicana en su contra. El priista
solamente recibió 38.2% de la votación popular, y sus bases de apoyo se
encuentran principalmente entre los sectores más humildes de la
sociedad. El PRI conquistó la Presidencia pero fracasó olímpicamente en
ganar la confianza de la población.
Frente a este generalizado
rechazo popular, y ante el riesgo de que aumente a la hora de concretar
las promesas hechas a sus patrocinadores nacionales e internacionales,
destacadamente la privatización del petróleo, el nuevo gobierno decidió
que su primer paso sería lanzar una ofensiva ideológica en contra de la
izquierda en sus múltiples manifestaciones. Es en este contexto que
debemos entender la vergonzosa participación del presidente en la
inauguración del Teletón, así como sus incesantes viajes al interior de
la República. También es el trasfondo para los nuevos anuncios
televisivos de la Presidencia que representan a jóvenes “emprendedores”
en corbata saltando erráticamente entre edificios públicos, al igual que
la evidente utilización de la lamentable muerte de Jenni Rivera para
distraer la atención pública de los problemas más profundos del país.
Pero
no será fácil tapar el sol con un dedo. A pesar de que Peña Nieto
recurra a las mismas estrategias de cooptación, manipulación y represión
del sistema priista de antaño, hoy la sociedad es otra, más despierta,
más consciente y más informada que nunca. Confiemos en ella. l
www.johnackerman.blogspot.com
Twitter: @JohnMAckerman
No hay comentarios:
Publicar un comentario