Clara Luz Montoya
“Nosotros somos la cara de nuestro país…”
Ya Doña Elisa iba furiosa (mi mamá), porque el plan original era amanecer tempranito en Nogales Arizona, pues a pesar de habernos ido a la central de autobuses de Hermosillo a las dos de la mañana, el pasado fin de semana (en el 87 del TBC), tardamos cerca de seis horas más para llegar, apenas, al primer filtro en EE.UU.A. (sin contar la hora en el retén de Querobabi).
Transcurrió hora y media de fila en la carretera para pasar al otro lado, otra hora y media arriba del camión. No podíamos bajar del autobús por seguridad nacional. Estuvimos en espera, cinco camiones, unos que llegaron antes y otros después. Desde la ventana vimos a qué se referían: Era una camioneta doble cabina que tenía recortada la cajuela, parecía que la habían abierto con un abrelatas.
Al lado vimos unos paquetitos simétricos apilados, supusimos que era droga, en eso que parecía una operación quirúrgica, vimos también un tanque de diesel apócrifo que le extirparon al carro. Las pilas de paquetes crecían, y también mi vergüenza, se asumía que el auto era de un compatriota. Al fin terminaron de apilar paquetes y los alejaron de nuestra vista.
Cuando nos permitieron bajar del autobús y en cuanto puse pie en tierra, pude leer un cartel en inglés que decía: “We are the face of our country…”“Nosotros somos la cara de nuestro país…”, me gustó leer esa frase de patriotismo, algo parecido a lo que sentimos al cantar nuestro Himno Nacional.
Después esperamos pacientemente de pie, dos horas más de fila en la oficina que emite los permisos para poder seguir nuestro camino a Phoenix.
Cuando al fin estuvimos de regreso en el autobús, respiramos profundo, ilusos pensamos que la pesadilla había terminado. El chofer nos dice que pasaremos a revisión del camión, que no nos preocupáramos si el camión no pasaba la verificación, que de la central de Nogales, Sonora, nos mandarían otro.
El camión avanzó como tres minutos y se nos invitó a bajar en otro saloncito caluroso, no había ni abanicos ni aire acondicionado, y sí una máquina expendedora de refrescos y frituras empaquetadas, eso fue nuestro único alimento en todo ese tiempo.
Aunque lo pensé, no recé, pero de seguro más de cinco señoras mayores (entre ellas mi madre) si rezaron para que el camión pudiera seguir. Si ya saben qué puntos del camión revisan, me pregunté, porqué no nos asignan uno que se tenga la certeza de que si cubre esos requisitos, y nos ahorran a los pasajeros esa zozobra, pensé.
Para colmo, nos tocó en el camino una tormenta de arena, esta había ocasionado un par de choques de autos, el tránsito fue leeentooo, a vuelta de rueda. El camión avanzaba a ciegas casi.
Al fin llegamos de Hermosillo a Phoenix en más de dieciocho horas de viaje. A esa hora, se nos había juntado la comida y la cena que nuestros familiares habían preparado para recibirnos.
En mi viaje de regreso, opté por venirme en una camioneta tipo “Van” con cupo para quince personas, cómoda, refrigerada. Al pasar la frontera mexicana, le indican a un joven compañero pasajero, que se baje y oprima un botón, y que si salía luz verde, podríamos continuar el viaje de manera inmediata, Tuvimos “suerte” y nos colocaron un sello tipo calcomanía en la puerta. Otras veces me había alegrado porque me había tocado “luz verde”. Esta vez me contrarié, todo mundo feliz y yo molesta. Al ver la cara de cada uno de los pasajeros, asumí que ninguno éramos sospechosos. “¿Y qué tal si traemos armas o drogas?”, pensé, y me quedé reflexionando en quienes somos “La cara de nuestro país”. No me habría importado esperarme el tiempo necesario para que inspeccionaran detenidamente el minibus. El personal encargado de hacerlo, al parecer era sobreasignado. Tuve la impresión de que estaba poco aprovechado.
Recosté mi cabeza en el vidrio de la puerta y empecé a recordar aquel curso de fomento a la lectura infantil que di en Magdalena (en mayo de este año). Donde al contarles el cuento: “El sueño del sapo”, les pedí a los niños me contaran los suyos y me sorprendí cómo me relataban que soñaban que “secuestraban a sus padres”, “que se los robaban a ellos”, “que pasaban los narcos por enfrente de sus casas y con una ráfaga de balas de metralleta mataban a sus familias…”.
Hermosillo, Sonora, México. Julio 22 de 2009
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