lunes, 8 de junio de 2009

Los niños de Hermosillo

Leopoldo Santos Ramírez

Una vez que las llamas consumieron los cuerpos tiernos de los infantes -agua, aire, tierra y fuego- y ya que hubo transcurrido la tarde de lamentos, el sol se ocultó por el poniente, avergonzado. Entonces vino la noche y nos cubrió con su largo manto. De las oscuras sombras, con timidez primero, aparecieron las siluetas de los niños difuntos. Ánimas de ademanes y gestos graciosos que de tan pequeñas eran incapaces de asustar a nadie. Poco a poco la oscuridad fue admitiendo los rayos de la luna que escalaba con destreza el firmamento iluminando desde arriba al paisaje hermosillense. Fue entonces que pudieron advertirse las caritas risueñas y felices de las figuras fantasmales. No, no están aquí para asustarnos, -me dije- están aquí para recordarnos. Avanzada la noche, noctámbulos adultos para quienes no llegaba el cansancio, vieron cómo las pequeñas figuras improvisaban rondas y juegos alrededor de las fuentes secas, en los parques, saltando por avenidas y bulevares, trepando los yucatecos, las palmeras datileras y las ceibas majestuosas.

A medida que transcurría el juego, los pequeños fantasmas descubrieron que por primera vez en su corta existencia eran capaces de recorrer la ciudad sin ayuda de nadie, sin el cuidado de nadie, sin el temor de habitarla, y sus movimientos se hicieron vertiginosos. Pero su concentración, sin importarles los pocos mortales que a esas horas se desplazaban, seguía en sus juegos, en sus risas completamente lúdicas. Sus expresiones inocentes no reclamaban nada, no pedían nada, como si el juego mismo les concediera la gracia eterna y me pregunté por cuánto tiempo seguirían en la ciudad. No, -me dije una vez más-, no quieren asustarnos, quieren que recordemos. No se trata de cosas complicadas-pensé- solo tenemos que recordar la vulnerabilidad de los niños en las calles, en las escuelas, en las casas, en el trabajo. Tenemos que recordar que nos acompañan por un lapso breve, mientras la niñez y la adolescencia acaban y vienen etapas nuevas y con ellas los sufrimientos verdaderos y los gozos temporales. Quizá quieran recordarnos que existen pequeños a quienes los explotadores les roban la niñez.

Tal vez con los apuros de la vida y por la guerra de odios a la que mediáticamente somos convocados de tiempo en tiempo, perdamos la capacidad de entender cosas tan elementales como que ellos son el futuro de la patria, y que no debemos permitir que las condiciones en las que perecieron se repitan. Ellos no reclaman pero nosotros sí. Por eso es importante la memoria y la exigencia. Memoria para recordar día a día que nadie tiene el derecho de arrebatarnos el futuro, memoria para recordar que no debemos permitir que esto se olvide y con ello se perdone a los responsables; y que la exigencia de construir un país verdadero sin explotación y sin abusos, un país de dignidad y libertad, permanece en el recuerdo, en la memoria, en la lucha y la voluntad de todos nosotros.

Hermosillo, junio de 2009

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