Por Esteban Martínez Díaz
Tal y como se esperaba, Alejandro Encinas, ex alcalde de la capital de la República, no aceptó el puesto de secretario general del PRD, que le correspondía por estatuto, después de que el Trife declaró triunfador a Jesús Ortega, líder del grupo antagónico de Izquierda Unida que capitanea Andrés Manuel López Obrador.
Los ahora llamados triunfadores en esta contienda electoral del PRD, a la que se calificó como un «cochinero», tiempo largo después de que se celebró la elección, fueron, en un principio, todavía en el 2006, partidarios fieles e inquebrantables del tabasqueño e indudablemente lo seguirían siendo si AMLO logra el triunfo en los comicios de entonces.
Pasaron ocho meses, suficientes para el nacimiento del producto gestado en el interior del supremo tribunal electoral de la federación, adjudicándose una paternidad que no le correspondía, ya que el progenitor de semejante recién nacido era intocable e innombrable, y el Trife se concretó a ser el padre postizo, legalizándolo para reinar como presidente del partido, haciendo caso omiso de la división que esto podría representar y la pérdida futura de la credibilidad ciudadana en este alto e indefinido tribunal.
Desde tiempo antes, los de la Nueva Izquierda habían tomado por asalto la dirección del PRD, traicionando a su mentor y formador, Andrés Manuel López Obrador, haciendo los arreglos necesarios para el reconocimiento tácito del Gobierno Federal, que sería oficial el 4 de noviembre en una cena donde se pondrían las bases para el fallo del Trife.
El protagonista principal de esta reunión, nunca llegó a la cita. Su avión se estrelló esa tarde en las inmediaciones de Chapultepec, lo que han callado los limpios dirigentes del amarillo, por el temor al sospechosismo que se genera en estos movimientos en la oscuridad. De todas maneras, las negociaciones del extinto secretario de Gobernación tuvieron su fruto, lo que callaron Acosta Naranjo y socios.
En el punto de referencia más importante de este conflicto, que podría afectar en el futuro a los demás partidos políticos, es el alegato bien fundado de Alejandro Encinas de que las autoridades, por más electorales que sean, no pueden intervenir en los asuntos internos de una institución política y menos para definir, con carácter inapelable, quiénes serán sus dirigentes.
Se entiende que las autoridades electorales tienen la facultad de dictaminar o definir en asuntos en que se involucran elecciones constitucionales, sus fallas, y atentados a la libre expresión democrática de los ciudadanos, emitiendo resoluciones que tiendan a legalizar o transparentar estos eventos, y no precisamente para establecer quiénes serán los dirigentes del PRD, del PAN, del PRI o de cualquier otro partido político reconocido.
Esa es una soberanía de los militantes y no precisamente del Estado que, al través del Trife, se convierte en el supremo manipulador de los partidos políticos. Es una violación al derecho particular, inalienable e intransferible, de formar un grupo para intervenir en política en clara y absoluta independencia.
El más elemental sentido de imparcialidad nos dice que el gobierno debe permanecer al margen, cuanto más si se trata de forzamientos de apoyo en reformas y otros programas que requiere con urgencia del respaldo de los partidos, como es el caso, ahora, del PRD, al que necesitan para doblegar al PRI, Convergencia y Partido del Trabajo.
Ya hemos dicho en este espacio que la guerra civil en el PRD se pondrá al rojo vivo y que se intentará desconocer el fallo del Trife, que modifica las reglas del juego en cuanto a la participación que esta autoridad tiene en los asuntos de los partidos políticos y, en general, en todo lo que se relacione con temas electorales. Es claro que con semejante poder, está en condiciones de hundir al PRD, como está sucediendo y poner en jaque a los demás partidos, que callan y otorgan por su conveniencia personal.
Es bien sabido que «Los Chuchos» —y no por tratarse de chuchas cuereras— se han mantenido en una situación de moderación a favor del gobierno y que en la noche del 4 de noviembre la reunión con Mouriño tenía el propósito de eliminar a la Izquierda Unida de AMLO y Alejandro Encinas, a cambio del reconocimiento oficial como triunfadores en la elección impugnada. De todas maneras, la desaparición del secretario de Gobierno no afectó estos propósitos. Ya había un plan preconcebido para hacerlo y la ausencia del español campechano no fue motivo para dar marcha atrás.
Es, también, ampliamente conocido que AMLO tiene un ejército de dos millones de militantes, reclutados en estos dos años de campaña. Ha recorrido toda la República y se le apuntan más de dos mil 600 ciudades visitadas en este peregrinar cívico que se ha echado a cuestas, lo que será su fuerza de empuje y de convencimiento de que se hagan nuevas elecciones en el PRD, con la manifestación de que el pedido viene de las mayorías registradas en el partido.
No se van del partido, pero formarán un movimiento de una línea de izquierda que pretenderá deshacerse del grupo que comandan Jesús Ortega y Jesús Zambrano. Es recordar la frase de Juan Pablo II en una de sus visitas a México: «Me voy, pero no me voy», dando así a entender su pasión evangelizadora en tierras mexicanas. Es lo mismo que pretende hacer AMLO. No se va. Por el contrario, refrenda su objetivo de permanecer vigente en la lucha por el poder, movilizando a su ejército leal de seguidores.
Lo dijo ya Alejandro Encinas y, prácticamente, su discurso de renuncia a la secretaría general del PRD, fue un llamado a la rebelión y a retomar la dirección perredista, teniendo a AMLO como principal bastión para lograrlo. No habrá treguas ni armisticios en esta conflagración, previéndose como ganador al grupo del ex candidato presidencial, por lo que Ortega sólo tiene el buen futuro de recibir el apoyo presidencial, que puede cambiar de opinión ante la potencia y fuerza de la militancia amloísta.
Cuauhtémoc Cárdenas, ante el conflicto, adopta la clásica actitud que lo ha distinguido durante toda su carrera política: ser elemento apaciguador por decisión propia o como instrumento gubernamental. Al asumir la postura de que el fallo del Trife debe aceptarse por ser inapelable, deja clara su intención de imponer su fortaleza moral dentro del PRD, para apoyar a los enemigos de AMLO. Ya retrocedió en los comicios presidenciales de 1988, deteniendo las protestas de sus propios partidarios que consideraban un fraude la elección de Carlos Salinas de Gortari, reconociéndolo después como presidente de la República. Un trato es un trato y el hijo del Tata sigue siendo el rey en Michoacán y en otras partes, en donde diserta y da conferencias sobre la democracia y la libertad. Su posición en la disputa de Alejandro Encinas y Jesús Ortega, también es un retroceso.
De modo que esperemos... la caída de las hojas.
Ciudad de México, Noviembre 20 del 2008.
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