Por Raymundo Riva Palacio
El comportamiento del Presidente Felipe Calderón con las televisoras es zigzagueante, de odio y conveniencia, de agresión y tregua, incierto, indefinido, bien cae en el modelo esquizofrénico.
Antes de tomar posesión dio un fuerte manotazo sobre la mesa y rompió drásticamente la relación que incubó el poderoso vicepresidente de Televisa, Bernardo Gómez, en Los Pinos, cuando la jefa fáctica era Marta Sahagún. Gómez, muy cercano al principal accionista de la empresa, Emilio Azcárraga, había establecido un fuerte nexo con el rival de Calderón, Andrés Manuel López Obrador, y llegó a pensar que era su apuesta para la Presidencia. Por eso, cuando trató de restablecer la relación que había forjado con la señora Sahagún, le dieron con la puerta en las narices. Desde ese momento en adelante, planteó Calderón, la relación sería directa con Azcárraga, no más con Gómez.
El coraje le duró poco; su equipo sabe perfectamente que sin la televisión son nada. El año pasado, cuando un importante propietario de medio impreso le presentó un detallado estudio de frecuencias de televisión, incluido el espectro en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México —que se piensa saturado—, Calderón utilizó un lenguaje diplomático pero certero, para señalar que contra sus intenciones de arranque de sexenio, no habría una tercera cadena de televisión, que era algo a lo que tanto Televisa como Televisión Azteca se oponían. “Las televisoras me han ayudado mucho”, le dijo Calderón al empresario, de acuerdo con los detalles de esa plática en Los Pinos, “y yo soy muy agradecido”. La tercera cadena se fue al archivo.
Las dos grandes televisoras les molestan en Los Pinos, y les enfurece que de manera regular la primera media hora de su noticiero estelar nocturno se lo dediquen a la violencia, porque piensan que de esa forma hacen una apología de los criminales. Pero no pueden gobernar sin ellas. Todas las estrategias de comunicación e imagen que se desarrollan en Los Pinos están pensadas en la televisión y, en menor importancia, la radio. Las quieren y las odian. En este último estado de ánimo se encontraban cuando las televisoras transmitieron en bloque los spots de propaganda política que les envió el IFE al arranque de la temporada electoral. A través de diferentes funcionarios, el Gobierno de Calderón presionó fuertemente al IFE para que aplicaran las sanciones a las televisoras. El IFE, por cuenta propia, elaboró un dictamen para multarlas por un total de 11 millones de pesos, y el fin de semana anterior se daba por descontado que se sancionaría a las televisoras.
De hecho, los cálculos a la mitad de la semana sugerían que siete de los nueve de los consejeros electorales aprobarían las sanciones. Pero todo fue cambiando en el transcurso de los días. El secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, llamó a varios consejeros para persuadirlos que no multaran a las televisoras. Era la ley, admitió, pero habría que tomar una acción por fuera de la ley. Varios consejeros se mostraron consternados y azorados por la postura extralegal de quien debería de ser uno de los adalides. La petición de la Presidencia había sido que el IFE diera marcha atrás en las sanciones y encontrara una fórmula para que no quedara más lastimado. Gómez Mont y el intenso cabildeo de las televisoras —en su legítimo derecho—, fueron el preámbulo para una votación de vergüenza al acabar la semana.
Una propuesta del consejero Marco Antonio Baños para sobreseer las sanciones, fue avalada por los consejeros Marco Gómez, Arturo Sánchez, Benito Nacif y Francisco Guerrero, bajo el argumento de que como ya habían llegado a un acuerdo el IFE y la Comisión Nacional de la Industria de Radio y Televisión para transmitir los spots sin alterar su programación, quedaba superado el tema de las sanciones. Un acuerdo similar habían logrado ambas partes antes de que se suscitara el conflicto, precedente que no fue considerado relevante en el estudio del caso. No debe extrañar. Los consejeros responden a intereses muy vinculados con el Gobierno o con el PRI y su partido satélite, el Verde, que deben haber evaluado que un pleito con las televisoras no era el mejor camino para una elección crítica como la intermedia de julio próximo. El guiño de regreso vino el viernes por la noche en el noticiario estelar de Televisa, donde en el formato de una noticia sobre el líder del PAN, Germán Martínez, se dejó en pantalla durante varios segundos su fotografía con el logotipo grande del partido atrás, que bajo cualquier consideración periodística o política, de que esa imagen, que no aportaba información alguna al televidente, fue un spot.
Este último episodio que involucró a las televisoras volvió a demostrar la fragilidad del Gobierno de Calderón y la enorme necesidad que tienen de las televisoras. La conducta esquizofrénica entre querer ubicarlas en su lugar dentro de la sociedad y al mismo tiempo desistirse de todas esas intenciones porque es su oxígeno, coloca a la Presidencia en una posición tan ambivalente y a merced total de los intereses de la televisión. Es también la última prueba que en México no hay Estado, pero hay poder. En este caso, no lo tiene el Gobierno; lo tienen las televisoras.
Antes de tomar posesión dio un fuerte manotazo sobre la mesa y rompió drásticamente la relación que incubó el poderoso vicepresidente de Televisa, Bernardo Gómez, en Los Pinos, cuando la jefa fáctica era Marta Sahagún. Gómez, muy cercano al principal accionista de la empresa, Emilio Azcárraga, había establecido un fuerte nexo con el rival de Calderón, Andrés Manuel López Obrador, y llegó a pensar que era su apuesta para la Presidencia. Por eso, cuando trató de restablecer la relación que había forjado con la señora Sahagún, le dieron con la puerta en las narices. Desde ese momento en adelante, planteó Calderón, la relación sería directa con Azcárraga, no más con Gómez.
El coraje le duró poco; su equipo sabe perfectamente que sin la televisión son nada. El año pasado, cuando un importante propietario de medio impreso le presentó un detallado estudio de frecuencias de televisión, incluido el espectro en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México —que se piensa saturado—, Calderón utilizó un lenguaje diplomático pero certero, para señalar que contra sus intenciones de arranque de sexenio, no habría una tercera cadena de televisión, que era algo a lo que tanto Televisa como Televisión Azteca se oponían. “Las televisoras me han ayudado mucho”, le dijo Calderón al empresario, de acuerdo con los detalles de esa plática en Los Pinos, “y yo soy muy agradecido”. La tercera cadena se fue al archivo.
Las dos grandes televisoras les molestan en Los Pinos, y les enfurece que de manera regular la primera media hora de su noticiero estelar nocturno se lo dediquen a la violencia, porque piensan que de esa forma hacen una apología de los criminales. Pero no pueden gobernar sin ellas. Todas las estrategias de comunicación e imagen que se desarrollan en Los Pinos están pensadas en la televisión y, en menor importancia, la radio. Las quieren y las odian. En este último estado de ánimo se encontraban cuando las televisoras transmitieron en bloque los spots de propaganda política que les envió el IFE al arranque de la temporada electoral. A través de diferentes funcionarios, el Gobierno de Calderón presionó fuertemente al IFE para que aplicaran las sanciones a las televisoras. El IFE, por cuenta propia, elaboró un dictamen para multarlas por un total de 11 millones de pesos, y el fin de semana anterior se daba por descontado que se sancionaría a las televisoras.
De hecho, los cálculos a la mitad de la semana sugerían que siete de los nueve de los consejeros electorales aprobarían las sanciones. Pero todo fue cambiando en el transcurso de los días. El secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, llamó a varios consejeros para persuadirlos que no multaran a las televisoras. Era la ley, admitió, pero habría que tomar una acción por fuera de la ley. Varios consejeros se mostraron consternados y azorados por la postura extralegal de quien debería de ser uno de los adalides. La petición de la Presidencia había sido que el IFE diera marcha atrás en las sanciones y encontrara una fórmula para que no quedara más lastimado. Gómez Mont y el intenso cabildeo de las televisoras —en su legítimo derecho—, fueron el preámbulo para una votación de vergüenza al acabar la semana.
Una propuesta del consejero Marco Antonio Baños para sobreseer las sanciones, fue avalada por los consejeros Marco Gómez, Arturo Sánchez, Benito Nacif y Francisco Guerrero, bajo el argumento de que como ya habían llegado a un acuerdo el IFE y la Comisión Nacional de la Industria de Radio y Televisión para transmitir los spots sin alterar su programación, quedaba superado el tema de las sanciones. Un acuerdo similar habían logrado ambas partes antes de que se suscitara el conflicto, precedente que no fue considerado relevante en el estudio del caso. No debe extrañar. Los consejeros responden a intereses muy vinculados con el Gobierno o con el PRI y su partido satélite, el Verde, que deben haber evaluado que un pleito con las televisoras no era el mejor camino para una elección crítica como la intermedia de julio próximo. El guiño de regreso vino el viernes por la noche en el noticiario estelar de Televisa, donde en el formato de una noticia sobre el líder del PAN, Germán Martínez, se dejó en pantalla durante varios segundos su fotografía con el logotipo grande del partido atrás, que bajo cualquier consideración periodística o política, de que esa imagen, que no aportaba información alguna al televidente, fue un spot.
Este último episodio que involucró a las televisoras volvió a demostrar la fragilidad del Gobierno de Calderón y la enorme necesidad que tienen de las televisoras. La conducta esquizofrénica entre querer ubicarlas en su lugar dentro de la sociedad y al mismo tiempo desistirse de todas esas intenciones porque es su oxígeno, coloca a la Presidencia en una posición tan ambivalente y a merced total de los intereses de la televisión. Es también la última prueba que en México no hay Estado, pero hay poder. En este caso, no lo tiene el Gobierno; lo tienen las televisoras.
RAYMUNDO RIVA PALACIO / Periodista.
Correo electrónico: r_rivapalacio@yahoo.com
1 comentario:
La democracia consiste en poner bajo control el poder político. Es esta su característica esencial. En una democracia no debería existir ningún poder no controlado. Ahora bien, sucede que la televisión se ha convertido en un poder político colosal, se podía decir que potencialmente, el más importante de todos, como si fuera Dios mismo quien habla. Y así será si continuamos consintiendo el abuso. Se ha convertido en un poder demasiado grande para la democracia. Ninguna democracia sobrevivirá si no pone fin al abuso de ese poder... Creo que un nuevo Hitler tendría, con la televisión, un poder infinito. Karl Popper 1996
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